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Armada desistió de conservar vivos a desaparecidos por temor a que “montonerizaran” a sus custodios

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La Armada consideró a fines de 1980 mantener con vida a unos 500 prisioneros detenidos-desaparecidos a fin de tener una carta de negociación cuando, de una u otra manera, se volviera a un sistema de gobierno a través de partidos políticos (acaso como el Partido Democrático y Social que preparaba el almirante Emilio Massera), pero no se atrevió a implementarlo por temor a que “montonerizaran” a sus carceleros.

Por JJS para Telam

Martín Grass

Así lo narró el sobreviviente Martín Gras, recordando una larga conversación con el entonces jefe del “grupo de tareas” que tenía como base la ESMA, el capitán de navío Luis D’Imperio, a quienes todos llamaban  ”Abdala”. La declaración de Gras aparejó otras sorprendentes revelaciones.

El abogado Martín Gras es el sobreviviente que más sabe sobre el funcionamiento del centro clandestino de detención que funcionó en el Casino de Oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), coinciden las más diversas fuentes.

Jefe de una columna de Montoneros en el NOA, Gras fue uno de los oficiales de mayor rango de dicha organización capturado por el “grupo de tareas” que tenía ese edificio sobre la Avenida del Libertador (el más cercano a las Escuelas Raggio y a la avenida General Paz) como base, y sobrevivió, entre otros muchos y azarosos motivos, porque encabezó un grupo de calificados prisioneros que trabajaron como esclavos en beneficio del proyecto político del almirante Emilio Eduardo Massera: reconvertirse como líder de un peronismo pasteurizado y socialdemócrata.

Su supervivencia y la de otros detenidos-desaparecidos recién se consolidó cuando el capitán de fragata Jorge Acosta (a) “El Tigre”, fue reemplazado por el capitán Luis D’Imperio (a) “Abdala”, un aviador, ya fallecido, que provenía del Servicio de Inteligencia Naval (SIN), recelaba de Massera y representaba el ala más liberal y gorila de la Armada.

D’Imperio, que alguna vez comentó frente a sus prisioneros que había ordenado la muerte de centenares de detenidos-desaparecidos antes de corroborar que muchos de ellos eran “recuperables”, elevó en 1980 un plan al Almirantazgo para dejar de matar a los detenidos-desaparecidos, concentrándolos en el complejo turístico de Chapadmalal, de modo de tener una carta para negociar en el futuro, cuando de un modo u otro se volviera a un orden constitucional, dijo ayer Gras, al ampliar su declaración inicial en el megaproceso de la causa AMIA que se realiza en los tribunales federales de la Avenida Comodoro Py.

Dijo Gras que en esa misma reunión, D’Imperio lo autorizó a viajar a España. “Amaba la Marina, era antimasserista, un institucionalista. Andaba con una Constitución Nacional en el bolsillo. Decía que no habíamos sido educados como liberales y por eso éramos lo que éramos”, lo describió.

Peligro de montonerización

“Él planteó la necesidad de que la Armada dejara el exterminio y acumulara detenidos para una futura negociación que podría llegar a haber con algún partido político. Había considerado usar Chapadmalal, tenía un proyecto que fue presentado al Consejo de Almirantes, calculo que a través del SIN”, siguió diciendo Gras, quién es actualmente funcionario de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.

“Un día (D’Imperio) me dijo: ‘Perdimos, el Consejo estaba de acuerdo con mi idea de una posible negociación, pero alegó que si guardábamos 500 detenidos ¿cómo conseguíamos 500 oficiales que los cuidaran? Y que aún si los conseguíamos, los iban a montonerizar”.

Luego de opinar que “ese proyecto debe estar en algún archivo”, Gras dijo que en aquella misma reunión, “Abdala” le dijo: ‘Usted a mí nunca me engañó. Usted sigue siendo tan socialista como el día que entró acá. Yo creo que usted ha hecho una reflexión sobre los costos de la lucha armada y considera que no es viable’”. Y que seguidamente el aviador-marino se mostró muy autocrítico: “Creo que hemos cometido errores muy importantes, que parte de la Armada se ha corrompido, vea usted sino el caso de (Elena) Holmberg’”.

Un dossier

Elena Holmberg Lanusse, secretaría de la embajada argentina en Francia -explicó- había terminado enfrentándose con los miembros del Grupo de Tareas que se desempeñaban en el llamado “Centro Piloto de París”.

Éste, puesto en func ionamiento en 1977 con la jefatura del capitán de navío Jorge Enrique Perrén (h), tuvo como objetivo inicial localizar, infiltrarse, neutralizar y en última instancia eliminar a los exiliados argentinos que denunciaban los crímenes de la dictadura en el exterior.

Sin embargo, gradualmente, fue concentrándose en tratar de contrarrestar “la campaña antiargentina”, como llamaban los marinos a los primeros, tímidos artículos periodísticos que comenzaban a dar cuenta del plan de exterminio puesto en ejecución por la dictadura, haciéndose eco de la información proporcionada por los exiliados.

Y en ese metier, los marinos se habían corrompido, inflando gastos por supuestas operaciones que no hacían o haicán mal.

“Elena Holmberg había armado un dossier de todos los oficiales, de sus contactos y del manejo irregular de fondos y se lo presentó al embajador argentino en Francia, Tomás de Anchorena”, sintetizó Gras.

“Ella tenía relación con ‘las 3 V” de Presidencia: los generales (Jorge Rafael) Videla, (Roberto Eduardo) Viola y (José) Villarreal (secretario general de la Presidencia)”, siguió diciendo Gras .

“Holmberg solicitó una entrevista con Presidencia e hizo público que tenía ese dossier. Incluso se comunicó con Perrén y con otros (marinos). Perrén habló con Acosta y ambos decidieron el secuestro. Todo el personal que participó fue de la Marina. Lo que nunca supe es si esto fue autorizado por los mandos superiores”, narró.

Propiedad personal

“A la ESMA se entraba para morir: la muerte ya estaba predecidida, vivir era una excepción. Los oficiales de Inteligencia se reunían los martes para decidir quiénes iban a seguir viviendo un tiempo más” y los traslados se hacían los míércoles sin su concurso, porque los delegaban en los suboficiales, llamados “Pedros”.

Gras explicó que “uno era caso de alguien y entiendo que ese alguien decidía sobre el traslado. En mi estadía fui caso, sucesivamente, de (Antonio) Pernías y de (Juan Carlos) Rolón Se presentaban a los detenidos como sujetos a traslados y cada oficial (si le interesaba conservarrlo con vida) agumentaba por qué esa persona debía permanecer en la ESMA” y no ser enviada a los “vuelos de la muerte”.

Palos y zanahorias

Para ablandar a los secuestrados, los marinos, antes de interrogarlos, los hacían visitar en una celda por otros prisioneros que habían tenido rango importante en Montoneros, a fin de que les dijeran que “la guerra” estaba perdida, que no tenía sentido seguir resistiendo, que lo mejor que podían hacer era contar todo lo que sabían y colaborar con sus captores.

Gras dijo que a él le metieron en la celda a Norma Arrostito, a la que creía muerta. Y que Arrostito, contraviniendo aquellas indicaciones, fue clara al decirle: “Yo no colaboro”.

Al finalizar los apremios, los interrogadores les decían a los secuestrados que “cantaran”, que una vez que lo hicieran, dejarían de sufrir “Pibe, esto se termina y te vas a una granja”, recordó Gras que les decían. La razón, según le explicó una vez el oficial Francis William Whamond era que no puede sonsacársele información a alguién carente de esperanzas de sobrevivir.

El fin de la ilusión

La confirmación de que los prisioneros eran arrojados al mar, coincidió Gras con lo señalado por Miguel Bonasso en “Recuerdo de la muerte”, se produjo cuando uno de los prisioneros, “Tincho”, fue devuelto a tierra una vez que ya había sido inyectado con pentotal y estaba en Aeroparque, al pie de un avión, con otros prisioneros.

Tincho era Emilio Assales Bonazzola, un antiguo suboficial artillero de la Armada, unos de los que se había sublevado en la ESMA el 17 de noviembre de 1972, día en que Juan Domingo Perón regresó a la Argentina después de más de 17 años de exilio. Militaba en Cuyo con Paco Urondo y cayó a fines de 1976 o principios de 1977.

Fue aquella sublevación, en la cual una compañía de infantes de Marina se partió en dos (la parte lidarada por el guardiamarina Julio César Urien se alzó en armas en defensa de Perón, la liderada por el guardiamarina Alfredo Ignacio Astiz se mostró dispuesta a reprimirlos) la que dio comienzo al temor de los almirantes por la “montonerización” de sus cuadros.

“Tincho conocía bien la ESMA y (a pesar de tener los ojos tapados) también conocía el camino que hizo el camión hasta la tercera puerta de Aeroparque. Cuando está a punto de ser subido al avión, el ‘Pedro’ (suboficiales que habían los traslados) recibe un llamado de Selenio (nombre operativo de la ESMA) diciendo que debe volver, ya que por ser miembro regular de la Armada debía ser interrogado por el SIN. ‘Tincho’ tenía una confianza con ‘Los Pedros’ por su paso por la Armada y les dijo: ‘Yo pensé que esto ya se terminaba, que me iba a la granja’. Y ellos le dijeron: ‘Pibe, vos no sabés de la que te salvaste. Cualquier cosa que te pase es mejor de lo que te iba a pasar’”.

Tincho no se salvó: lo pidió el Ejército, lo llevaron a Mendoza y ahí se perdió su rastro.

Tragedia y esperpento

La larga declaración de Gras incluyó detalles acerca de una prisionera, Violeta, que rompió una botella y se cortó las venas; de un represor voluntario apodado “El Dermatólogo” al que le encantaba meter su revólver .38 en los genitales de los prisioneros; de un portero que fue secuestrado por error y después de meses de estar en “Capucha”, eliminado y del marino que hizo secuestrar a su ex esposa, una escribana, y fue a a verla a dónde la tenían “tabicada” (en un cubículo de aglomerado, sobre una colchoneta, con los ojos vendados) a imprecarle: “Así te quería ver, bruja”.

Y ya en el summun del absurdo (que, sin embargo, bien podría integrar la colección de estampas de la Segunda Guerra Mundial plasmadas por Curzio Malaparte en “La Piel”) al Tigre Acosta mostrándole el ccd a otros presuntos militares y diciéndoles: “Ustedes que han visto todo esto se oreguntarán ¿por qué estamos llevando adelante esta guerra? Pues bien: nosotros luchamos por la filosofía de mamá. Luchamos por lo que es bueno”.

El árbol y el bosque

“Yo me siento impotente como testigo al darme cuenta de que ni aquí ni en ningún otro lugar está siendo juzgado el sistema concentracionario como conjunto”, reflexionó Gras.

“En un momento determinado -continuó- se creó un dispositivo que utilizaba una serie de mecanismos brutales e inhumanos con un solo objetivo, que era la destrucción de la identidad personal de cada uno de los sujetos que pasaba por ahí y la expansión de esta destrucción de identidad personal y estructura de dominación al resto del país y eso no está siendo contemplado”.

“Estamos juzgando un delito mayorista con un código minorista”, concluyó.

 

Fuente: Espacio para la Memoria


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